No es el frío lo que me hace temblar {Libre}

Ese día a las 6 de la tarde, había ligera lluvia y el cielo estaba nublado completamente. En mi mente no había más que torbellinos de pensamientos que se repetían una y otra vez. De vez en cuando conseguía distraerme y perderme en cosas superficiales, pero luego mis recuerdos volvían a Emily y su desaparición. Seguido de eso pensaba en cuantas cosas podrían haberle pasado, cuantas cosas horribles más precisamente. Me angustiaba por completo, porque hacía dos meses todo había cambiado en un giro de 180°. ¿Por qué? Nunca había vuelto a verla desde que abandonó la casa en Seattle para ir a ver a un amigo. Y luego… habían encontrado ropa perteneciente a ella… ¿¡Como se sentía Sarah y nuestros padres en ese momento!?

Sacudí la cabeza vertiginosamente, obligándome a volver la realidad, de alguna patética forma. No sabía cuánto rato llevaba caminando bajo el cielo encapotado… Lejanamente se podía oír aquel sonido que se produce cuando está a punto de tronar. Había abandonado la casa sabiendo que los abuelos entenderían que no me sentía bien ahí. ¿Cuándo llevarían a Sarah para que me visitase?

Y ahí iba otra vez… Pensando cosas que me hacían mal en todo sentido. Lancé un ahogado suspiro, un intento de expresar la forma en que me sentía, a punto de caer, temblorosa y con miedo, temiendo que en cualquier momento recibiera una llamada que trajera malas noticias.

Me rindo. No iba a arrancar los pensamientos de mi cabeza.
Repentinamente sentí aquel aroma característico del café, las tostadas, los pasteles y el chocolate caliente. Miré la otra vereda, había llegado a la cafetería que tanto me gustaba para relajarme, la visitaba desde que había llegado a Forks. Imaginé, que subconscientemente me había dirigido a ella sin si quiera darme cuenta. Crucé la calle, en ese momento lo único que quería era algo de calidez.

Entré a la tienda detrás de otra joven que de momento sólo vi de espalda, de cabello oscuro y estatura cercana a la mía.

Revisé con la vista el lugar que estaba más o menos vacío, sin mucha gente pero con ese típico murmuro que se forma cuando todos hablan al mismo tiempo. Mucha gente se reía y disfrutaba en pareja, con la familia o los amigos, mientras que yo me sentía sola, ahí sin nada que hacer. Había visitado el sitio tantas veces que ya me reconocían y conocían mi nombre de memoria. Procedí a sentarme a una mesa vacía que estaba pegada a la pared, sin muchas ganas. Seguí mirando a través del ventanal que daba a la calle, de vez en cuando pasaban personas y seguía lloviendo cada vez más fuerte.

Miré a la chica que había entrado antes, ahora con más atención. También estaba sola, pero su rostro era incluso más amargo que el mío. Por un momento me dieron ganas de hablarle, pero no iba con mi personalidad, ni me sentía de ánimo, porque probablemente empeoraría más las cosas.

Se acercó la mesera a preguntarme que quería, con una sonrisa en el rostro. Registré mi bolsillo comprobando el dinero, que no era mucho pero sí el suficiente.